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VaEtjanán 45-6 Y supliqué Deuteronomio 6:4-25 Oye, Israel: el SEÑOR nuestro Dios, el SEÑOR uno es. Y amarás al SEÑOR tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todo tu poder… y nos mandó el SEÑOR que hiciésemos todos estos estatutos, para que temamos al SEÑOR nuestro Dios, para que nos vaya bien todos los días, y para que nos dé vida, como parece hoy. (Deut. 6:4-5, 24 SSE) ¿Podemos amar y temer al mismo tiempo? El hombre fue creado con la capacidad de amar, porque ha sido hecho cómo el Eterno que es amor. Y como el Eterno es uno solo, él tiene que ser la razón de nuestra vida. Vivir para él implica amarle, respetarle y cumplir sus mandamientos. El amor al Eterno tiene que brotar desde lo más íntimo de nuestro ser, desde el corazón, y luego ir saliendo por el alma y por el cuerpo. El amor al Eterno es lo más grande que el ser humano puede tener y expresar. Amarle es superior a temerle. El temor es la respuesta correcta de los seres creados ante la grandeza del Creador. El amor es nuestra respuesta adecuada a su bondad. Nosotros amamos porque hemos recibido de su amor. Por eso el amor es el reflejo de haberle conocido. El que no ama no conoce al Eterno. Donde no hay temor al Eterno no puede haber amor y donde hay verdadero amor al Eterno también hay temor. El temor al Eterno no contradice el amor. El que sólo teme no conoce el amor del Eterno y el que sólo ama sin temer no ama de verdad. El verdadero amor respeta y el respeto es una forma del temor. El que ama al Eterno le obedece. El que no le ama no le obedece. El que no obedece no ama. El Eterno ve lo que hay en el corazón, el hombre mira lo que hay delante de los ojos. Sólo el Eterno ve el amor que hay en el corazón. El religioso sin temor al Eterno es un hipócrita que busca su propia gloria. Es posible vivir una vida religiosa de cumplimiento de las normas sin amor, pero es una vida vacía y seca por dentro. Si no está el amor falta lo más importante. Así que, puede haber religiosidad sin temor y sin amor, y puede haber religiosidad con temor pero sin amor. Pero no puede haber amor sin temor y sin una religiosidad externa que manifiesta la devoción interior. Que el Eterno nos ayude a ser conscientes de su amor para poder recibirlo amarle de vuelta con todo nuestro corazón, alma, fuerzas y posesiones. El que lo hace ha llegado a la perfección. ¿Cómo podemos llegar hasta esa perfección? Este texto nos da la respuesta: escuchando lo que nos dice y poniendo esas palabras en el corazón. Entonces las mismas palabras producirán ese amor en nosotros. ¡Bendito sea el Eterno por habernos amado primero y por habernos dado sus palabras! Ketriel |